Con la nariz fría, en la calle Van Gogh de Madrid, te esperaba con el corazón ardiendo, con las maletas hechas para irme lo más pronto posible. Te veo llegar por la esquina de la calle Mariposa. Con tus orejas en las manos, le voy enseñando a Van Gogh cómo empeora el resultado. Todos esos cariñitos me parecieron muy bonitos, pero por eso hablo contigo en diminutivo, y aunque intente guardar la ropa al mismo tiempo que nadar, me resignaré a ir en pelotas mientras dure el mar, el día que tengas ojos rojos y me estornude la nariz. Vamos a hacerlo poco a poco para poder cambiar la manera de ser.
- ¡Quédate en Madrid y ayúdame cuando menos lo merezca que será cuando más lo necesite!

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