Recuerdo perfectamente ese día, era el seis de mayo del 2009 a las 22:32 de un miércoles frío y oscuro. Fue la vez que más sufrí delante de la tele viendo un partido de balompié. Era la semifinal de una de las competiciones más respetadas de todo el mundo. Jugaba el Braça contra el Chealse, e íbamos perdiendo 1-0, pero con marcar el gol del empate nos servía para pasar a la gran final. Y faltando un minuto para el final la pelota se va al fondo de la red y gol. Fuero los diez segundos más inesperados de mi vida, y a la vez los más alegres pero ni el frío me paró los gritos. Y a partir de ese día es cuando comencé a creer en los milagros.

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