Y seguíamos igual. Sentados en el mismo suelo y apoyados en la misma pared. Pero tu en tu mundo y yo en el mío, aunque en el fondo fuera el mismo. Con las calles mojadas, las nubes negras por al horizonte y un hombre viejo sentado en un balancín de bebé como cada tarde. Ese viejo intentaba recuperar su infancia, aunque un poco tarde para hacerlo. Movía el balancín de un lado a otro con una sonrisa tan inofensiva y pura como la de un niño. Veo una silueta a lo lejos de mi imagen, una silueta tan familiar como la de uno mismo. Alguien me da una palmada en la espalda, me giro, y no había nadie. Recupero la vista. El viejo permanece donde estaba, pero la silueta se ha esfumado. Busco alrededor. Entonces apareces tú en mi mundo imaginario, y yo en el tuyo.
Conectamos otra vez con la realidad, me miras, y piensas que en el fondo no somos tan diferentes a ese viejo. Ya que enfadarse por tonterías, también es cosa de niños pequeños.

1 comentaris:

Unknown dijo...

Este y El sentido de olvidar son dos microrrelatos que tienen algo inquietante y misterioso. Gradúas bien la acción y utilizas bien la adjetivación.
Pero tengo la impresión de que lo tuyo son los relatos largos. ¿Es así?